Nos levantamos temprano, cargamos las valijas en el bus y salimos a Praga vía Cesky Krumlov. Una joyita en el camino. Un pueblo checo medieval que tiene un castillo divino, con una torre a la que subí escalón por escalón.
Ya instalados en Praga salimos en el micro con nuestra guía Mónica para nuestra panorámica.
El bus nos dejó en lo alto del llamado Castillo, que ahora es un Palacio, y desde allí empezamos a bajar caminando (el casco histórico de Praga es únicamente peatonal porque fue declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO).
Recorrimos las diferentes «ciudades» (barrios), la calle Neruda, que lleva su nombre por el escritor checo del cual Pablo, el chileno, tomó el apellido (y el nombre por Picasso, ¿lo sabían?), la catedral de San Vito y el MAGNÍFICO puente que construyó Carlos (uno de los símbolos de la ciudad). Terminamos en la Plaza Vieja, donde se encuentra el reloj astronómico, único en el mundo.
Me enamoré de la ciudad, es como salida de un cuento.
Después de comer un sandwich rápido, fuimos a ver el muro de Lennon. El origen del muro tal y como se le conoce hoy se remonta a la fecha en la que John Lennon fue asesinado en 1980. El líder de los Beatles era venerado como un héroe por los pacifistas del centro y este de Europa, en una época en el que las autoridades comunistas de estos países prohibían incluso la reproducción de las canciones del mismo por su mensaje considerado como subversivo.
Tras la muerte de Lennon, en el muro apareció un retrato del artista junto a pintadas con frases desafiantes hacia las autoridades. La policía comunista procedió a borrarlo de las mismas pero cada vez que lo intentaban, las pintadas volvían a repetirse.
Hoy el muro se entiende no sólo como un memorial a la figura de Lennon, sino como también un monumento a la libertad de expresión y a la rebelión no violenta que la juventud checa interpuso ante un régimen autoritario.
Para la tardecita saqué entradas para ver el teatro Negro de Praga y antes de ir a comer, volvimos al puente de Carlos y vimos el atardecer. Lentamente todo se iluminó con las lámparas de gas y la ciudad terminó de volverme LOCA. Y para colmo, la noche nos despidió con fuegos artificiales.
En el segundo día hicimos 2 caminatas. La primera fue una caminata acerca del modernismo checo y la segunda por el barrio judío: allí visitamos varias sinagogas (una que es monumento a las víctimas del holocausto), y el cementerio, que es UN MUST.
El último día en Praga lo aproveché a full, no paré de caminar. Hice la zona del castillo, visité San Vito por dentro y quedé maravillada por los vitraux.
Terminé el día en Vysherad, en lo alto de la colina donde se puede apreciar una vista impresionante.
Definitivamente esta ciudad gana por goleada.